Llevamos varios meses enfrentando una emergencia sanitaria que para muchas y muchos se ha convertido en una catástrofe. Una contingencia de esta magnitud afecta de manera significativa nuestra vida como personas, como comunidad y como país. Las emergencias provocan reacciones emocionales como: irritabilidad, enojo, miedo, dificultad para mantener la atención, para conciliar el sueño, cambios en los hábitos alimenticios, tristeza, temor ante situaciones específicas, etc.
Seguro en más de una ocasión has sentido frustración o hartazgo. Ves a las personas que quieres cansadas, aburridas, decaídas. Estás consciente que sentirse así es normal; te lo han dicho amistades cercanas o profesionales de la salud. Pero ¿cómo saber si estas emociones son secundarias al confinamiento, una señal de alerta y si necesitas ayuda?
Los más pequeños
Si las o los bebés no paran de llorar o están inquietos a pesar de haber sido alimentados/as, cargados y cambiados, puede deberse a que perciben nuestra angustia, ausencia o desapego. Sí aun logrando reestablecer un entorno tranquilo, las molestias persisten, algo no está bien.
Entre 3 y 6 años
Pueden presentar llanto o berrinches difíciles de atribuir a algo en particular, apego excesivo a quienes las/os cuidan, negarse a dormir solos/as, pesadillas, incontinencia diurna o nocturna. Resistencia a resolver lo que habitualmente hacen por sí mismas/os o conductas regresivas. Si a pesar de las acciones tomadas para contener sus emociones el malestar persiste por más de tres semanas, conviene buscar orientación profesional para adquirir nuevas estrategias de regulación y descartar que el encierro esté afectando el desarrollo psicológico.
Entre 7 y 10 años
Pueden presentar apatía, dificultad para concentrarse en actividades escolares o lúdicas. Irritabilidad o ansiedad. No les es fácil explicar lo que sienten. Se niegan a hacer lo que les corresponde por pensar que no tiene sentido. Fantasean sobre cómo podrían cambiar las cosas. En ocasiones somatizan el estrés (dolor de cabeza, molestias estomacales, inapetencia). También expresan miedos relacionados con lo que puede suceder: no regresar a la escuela, no ver a sus amistades, que alguien de la familia se contagie, la situación económica cambie y por supuesto, morir.
Cuando nos damos cuenta de lo difícil que es identificar lo que les pasa, hay que decirlo: “No saber cuándo va a mejorar esto te hace pensar que no volverás a la escuela”. Es importante validar lo que sienten, mostrar empatía, explicar lo necesario para alentarles, flexibilizar rutinas. Esto ayudará a que acepten mejor los acontecimientos. Si no hay cambios y tú estás bien, considera que tu hijo o hija están rebasados por lo que pasa. No dudes en buscar apoyo, no tienes que hacerlo sola/o.
De 11 años en adelante
En las etapas de la pubertad y adolescencia, las situaciones de confinamiento modifican radicalmente la socialización y la supervisión adulta. Si bien pueden ver a sus amistades virtualmente, han perdido espacios de complicidad necesarios para el desarrollo emocional y se sienten bajo la lupa adulta todo el tiempo.
Esto sin duda incrementará su rebeldía, les hará desafiar más, criticar sin piedad, reclamarán y protestarán por todo. Pueden cambiar hábitos alimenticios y de sueño; aislarse más, presentar conductas agresivas, dependencia excesiva a las redes sociales o juegos de video, autolesionarse, pensamientos e ideas suicidas, ansiedad, depresión. Si a pesar de intentar hablar con ellos/as, darles opciones para sentirse mejor, cambiar rutinas, ser flexible con límites y responsabilidades, su actitud, conducta y estado de ánimo son los mismos, ¡pide ayuda, pueden estar teniendo serios problemas para adaptarse a la situación!
¿Y tú?
Como responsable del cuidado de tus hijos e hijas probablemente has sentido algunas de las emociones descritas al inicio de este artículo. Si se han agudizado a lo largo del periodo que has estado en casa y ha impactado de manera negativa la convivencia familiar… piensa que tal vez tú también necesitas un espacio para reflexionar sobre lo vivido y sus consecuencias.
Por Adriana Acosta, María Cristina Ortiz, Samanta Coss.